Quiero contar varias historias reales que me ha tocado vivir
muy de cerca en estos últimos días que son muy tristes pero que puede ayudar a
cambiar nuestro rumbo si parece que navegamos muy cercanos a lo que voy a
contar.
Aitor (utilizaré nombres diferentes a los reales) es un
chico de 12 años encantador. Recuerdo que llegó hace dos años de la mano de su
padre que me contó que venía de un club que no comprendían a su hijo y donde
estaba perdiendo el tiempo. No sé qué me contó de engaños y desengaños que no
entendí muy bien y que ahora comprendo mejor.
Normalmente cuando un padre te empieza a contar que su hijo
ha sufrido mucho en el otro equipo dejándolo de vuelta y media, hay que ponerlo
en pausa hasta poder tener la versión de la otra parte porque sueles llevarte
muchas sorpresas.
Pusimos a prueba a Aitor y, efectivamente no lo hacía mal.
Empezó a jugar en el equipo B durante toda la temporada. A los partidos y
también a los entrenamientos lo llevaba su madre, una mujer encantadora que
cuidaba muy bien a sus dos hijos. Muy agradable de trato y muy alegre pese a
tener bastantes dificultades familiares. El padre, trabajaba y hacía muchas horas y justo en los horarios
en que el niño hacía su deporte. Casi no le veíamos.
Todo iba viento en popa y Aitor, que tiene buenas cualidades
para la práctica del fútbol fue mejorando muchísimo y este año ha pasado al
equipo A. El niño estaba encantado y muy ilusionado por jugar en el primer
equipo.
Este año, el padre dejó su trabajo por baja laboral y empezó
a acompañar a su hijo a los entrenamientos y a los partidos. Dejaba a Aitor en
los vestuarios y se iba a un supermercado a comprar unas cervezas. Bebía
bastante. Luego iba comentando muchas tonterías a los demás padres. Criticaba al
equipo diciendo que no jugaban bien (el equipo está entre los tres primeros de
la tabla con opciones a subir a la máxima categoría) que no le pasaban a su
hijo, que jugaba poco, que tal y que cual. Total que los otros padres se
empezaron a sentir incómodos y fueron al coordinador para explicarle que no les
hacía ninguna gracia un padre así en el equipo ya que había muy buena sintonía
entre los demás padres y no querían que se estropeara por culpa de un padre que
estaba desafinando muchísimo.
Intentamos acercarnos a él para decirle que en la
instalación no bebiera cerveza y que si tenía alguna cosa que comentar porque
no le gustaba, que estábamos dispuestos a escucharle y a cambiar si realmente
lo estábamos haciendo mal.
El padre empezó hablando de fútbol, de cómo había que hacer
para no perder los partidos (en toda la liga se han perdido dos partidos). Le
aclaramos que nosotros de fútbol no teníamos que hablar con él, que se limitara
a su función de padre porque si permitiéramos
a los padres hablar de fútbol, podríamos tener tantas opiniones
deportivas como padres hay en el equipo.
A nosotros nos daba mucha pena por Aitor, porque él lo
estaba pasando genial y no tenía ninguna pega en el equipo. Estaba orgulloso de
poder estar en el equipo de más nivel y disfrutaba en los entrenamientos y en
los partidos. Era el padre el que se estaba inventando todo aquello.
Hacía poco, un entrenador me comentaba sobre su equipo que
los chavales que tenía eran todos muy buenos chicos pero los que lo estropeaban
todo eran siempre algunos padres. Aquí
estaba pasando algo parecido.
Quizá, el padre de Aitor, estaba pasando un mal momento con
el trabajo y se desahogaba de alguna forma con el fútbol de su hijo.
Posiblemente tenía algún otro problema que no conocemos pero la verdad es que
era necesario separar a este padre del grupo. Cuando algo está podrido, es
importante apartarlo para que no se pudra todo lo demás. Era urgente.
Al padre, le hicimos ver que estaba estropeando la ilusión
de su hijo y que pensara bien lo que estaba haciendo. Que no se podía jugar con
los hijos de forma tan irresponsable y que cambiara de actitud.
Sin embargo, el decidió pedir la baja para llevarlo a otro
equipo. “Hay un montón de equipos que quieren a mi hijo”. Nosotros pensábamos
que con la calidad que tiene el chico, es normal que otros equipos lo acepten
rápidamente pero, claramente, Aitor no se quería ir. Estaba muy bien con
nosotros.
El chaval se pasó una semana entera llorando porque quería
seguir en el equipo.
Luego descubrimos que a su hijo le había contado que
nosotros no queríamos que estuviera en el equipo para que su hijo nunca le
pudera recriminar que la culpa era suya (del padre). Utilizó la situación para
hacerle creer a su hijo que la culpa era
nuestra y no de él.
Al cabo de una semana, apareció el chaval para despedirse de
sus compañeros. Cuando vino a saludarme yo le dije en privado que estábamos
encantados con su trabajo y con su comportamiento y que tenía la puerta abierta
para volver cuando quisiera. Es más, le comentamos que si convencía a su padre,
podía seguir.
Al día siguiente ante el asombro de todos, se presentó, se
cambió y empezó el entrenamiento. Fui a saludarle con alegría y le pregunté
cómo es que estaba aquí. Él me contestó que había convencido a su padre. La
sorpresa fue que el padre estaba allí como si no hubiera pasado nada.
Hablamos con el padre para decirle que su hijo era bien
venido pero que él no podía estar en la
instalación porque su comportamiento no era adecuado y no queríamos tener ningún
tipo de problema. El padre dijo que esto era imposible y que si no le dejábamos
acompañarle, que no se quedaba. Cogió de nuevo al niño y le dijo: ves, no
quieren que nos quedemos. Y entonces tuvimos que dejar de nuevo claro que sí
queríamos que estuviese pero su padre no podía estar en la instalación. La
culpa de que él dejara la institución no éramos nosotros sino él.
Intentamos ser delicados y no decir nada más que pudiera
afectarle a Aitor, bastante disgusto se llevaba. Mientras, padre e hijo se alejaban
de la instalación y nos quedamos muy tristes ¿Hasta dónde podemos llegar los
padres? ¿Nos damos cuenta de lo que podemos dañar a nuestros hijos con nuestra
actitud y nuestros vicios? ¿Qué más podíamos haber hecho para ayudar al chaval?
Un sentimiento de impotencia nos llenaba el cuerpo y prometimos que
escribiríamos el suceso para que a algún otro padre pudiera servirle de
reflexión.
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