Rubén y Jorge son dos chavales de
12 años que juega en uno de nuestros equipos. El curso pasado se ha subido de
categoría y han venido 3 ó 4 jugadores de bastante nivel a reforzar el equipo
para afrontar correctamente esta categoría tan complicada.
Nos da miedo admitir a padres
nuevos que vienen de equipos muy competitivos por el ambiente que pueden dar.
La primera reunión con los padres del equipo la preparamos muy bien para que
quedara muy claro que estaban en un lugar donde existe un ambiente entre los padres
de mucha cordialidad y respeto. Advertíamos desde el principio que la unión
hace la fuerza y que los chascarrillos y la murmuración lo único que consigue
es el mal ambiente en la institución. También indicamos que al árbitro había
que respetarlo siempre, aunque posiblemente se iba a equivocar muchas veces.
La liga empezó y no tardamos en
detectar que dos padres se colocaban junto a la portería y no paraban de
gritar, dirigir a los jugadores y protestar airadamente todas las acciones que
el árbitro pitaba en contra nuestra. Al día siguiente tuvimos que hablar con
los padres de forma individual para advertirles que su comportamiento no era el
adecuado y pactado. Si no eran capaces de comportarse, debían irse a pesar de
que sus hijos son dos grandes jugadores y muy buenas personas.
De nuevo, los problemas vienen de
los padres. No se daban cuenta de que con su actitud iban a cargarse la
felicidad de sus hijos. Muchas veces no piensan más que en ellos mismos, con la
excusa de que son sus hijos. Se toman el fútbol como algo muy personal: ¡Este
partido hay que ganarlo! ¡ son los segundos del grupo!
Meten una presión muy grande a su
hijo y parece que son ellos los que en realidad van a salir a jugar. Están más
motivados que sus propios hijos. Y esto no puede ser. Hemos de mostrar una
actitud muy distinta a nuestro hijo y a nuestro entorno. Más control de las
emociones, más distancia con la competición, una visión más amplia de lo que
realmente queremos con el deporte de nuestro hijo.
Varios sucesos más ocurrieron
durante las siguientes semanas hasta que dijimos: ¡Basta!
Hay que hablar urgentemente con
estos padres porque no estamos cómodos ni nosotros ni los demás padres. No
podemos consentir que esto vaya aumentando. Les citamos para una fecha concreta
y les dijimos la verdad. Su comportamiento había empeorado tras la última
reunión y había que tomar decisiones urgentes. Que tu hijo abandone el equipo y
que se termine todo el mal ambiente que se está creando.
¿Por qué actuaban así estos
padres? En primer lugar, pensamos que ellos no son conscientes de hacerlo mal.
Al contrario, cuando se les comentó que estaban haciendo mal las cosas, la
respuesta inmediata fue que no era cierto. Por lo tanto, esto nos hace pensar
que hay que aclarar qué es lo que nos parece bien y lo que nos parece mal en el
comportamiento de los padres porque posiblemente hay conceptos muy diferentes
entre unos y otros.
En segundo lugar, hemos de
ayudarles a eliminar los vicios adquiridos en otros lugares y que tienen tan
arraigados en su propio actuar que lo encuentran normal cuando no lo es. Para
conseguirlo, hace falta mucho esfuerzo y comprensión por nuestra parte y por
parte de los padres, voluntad sincera de querer cambiar de actitud. Si no
existen estos dos elementos, es imposible que el padre cambie.
Son ya muchos los padres que con
el tiempo han ido cambiando de actitud y ahora lo comentan a otros padres y se
sienten felices porque realmente es ahora cuando están disfrutando del fútbol y
de su hijo.
Uno de los síntomas que más nos
llama la atención es que cuando nos ganamos a un padre cambiando radicalmente
su actitud, el que sale ganando en primer lugar es el hijo porque se le nota
más suelto, sin tanta presión con lo que sus capacidades, que suelen ser
muchas, se desarrollan a toda velocidad y sin límites.
Un ejemplo de lo que afirmamos es
la historia de un jugador que no conseguíamos sacarle todo el rendimiento que
pensábamos que podía sacar. El padre lo traía a todos los entrenamientos y
partidos y su actitud era muy exigente con el chaval. Tras el entrenamiento, le
hablaba de cómo debía haber actuado y en los partidos lo mismo. El niño era una
auténtica olla a presión. Tenía miedo de decepcionar a su padre y entrenaba
cohibido. Siempre estaba muy serio.
Pero un día todo cambió. El padre
tuvo que ausentarse por un tiempo y el niño empezó a entrenar como si fuera
otro niño bien distinto. Más suelto, más confiado en sí mismo, más audaz en sus
acciones. Nos quedamos de piedra al ver la verdadera cara de este gran jugador.
En poco tiempo consiguió destacar muchísimo y se le veía muy feliz jugando al
fútbol.
¿Nos damos cuenta de lo que
estamos haciendo con nuestros hijos? En lugar de ayudarles, nos lo estamos
cargando. No hay mala intención pero quizá esto que estás leyendo puede ayudarte
a pensar que no hay derecho que los padres seamos así de egoístas. No podemos
buscar nuestra propia satisfacción con nuestro hijo.